Ygrámul, el múltiple.
Fragmento del capítulo "Ygrámul el múltiple" de La historia interminable - Michael Ende.
"Y entonces vio esto: sobre las tinieblas del Abismo Profundo, de un borde a otro colgaba una monstruosa tela de araña. Y en los pegajosos hilos de aquella red, gruesos como maromas, se retorcía un gran dragón blanco de la suerte, sacudiendo la cola y las garras y enredándose, sin embargo, cada vez más desesperadamente.
Los dragones de la suerte son de los animales más raros de Fantasia. No se parecen en nada a los dragones corrientes ni a los célebres que, como serpientes enormes y asquerosas, viven en las profundas entrañas de la tierra, apestan y vigilan algún tesoro real o imaginario. Estos engendros del caos son casi siempre perversos o huraños, tienen alas parecidas a las de los murciélagos, con las que pueden remontarse en el aire ruidosa y pesadamente, y escupen fuego y humo. En cambio, los dragones de la suerte son criaturas del aire y del buen tiempo, de una alegría desenfrenada y, a pesar de su colosal tamaño, ligeros como una nubecilla de verano. Por eso no necesitan alas para volar. Nadan por los aires del cielo lo mismo que los peces en el agua. Desde tierra, parecen relámpagos lentos. Y lo más maravilloso en ellos es su canto. Su voz es como el repicar de una gran campana y, cuando hablan en voz baja, es como si se oyera el sonido de esa campana en la distancia. Quien escucha alguna vez su canto, no lo olvida en la vida y sigue hablando de él a sus nietos.
Pero el dragón de la suerte que Atreyu veía ahora no se encontraba en una situación en que tuviera ganas de cantar. Su cuerpo largo y flexible, cuyas escamas de color madreperla brillaban rosadas y blancas, colgaba retorcido y preso en la enorme tela de araña. Las largas barbas del hocico del animal, su abundante melena y los flecos de su cola y de sus miembros estaban enredados en las cuerdas pegajosas, de forma que apenas podía moverse. Sólo sus globos oculares de color rubí en medio de su cabeza parecida a la de un león, brillaban indicando que aún estaba vivo.
Aquel soberbio animal sangraba por muchas heridas, porque había algo más, algo gigantesco que, una vez y otra, se precipitaba con la velocidad del rayo sobre el cuerpo del blanco dragón, como una nube negra que cambiara de forma sin cesar. Tan pronto parecía una araña gigante de grandes patas, muchos ojos ardientes y un grueso cuerpo cubierto por una maleza enmarañada de pelos negros como se convertía en una gran mano de largas garras, que intentaba aplastar al dragón de la suerte, y al momento siguiente se transformaba en un gigantesco escorpión negro que, con su aguijón venenoso, atacaba a su pobre víctima.
La pelea entre aquellos dos seres formidables era espantosa. El dragón de la suerte se defendía aún, escupiendo un fuego azul que chamuscaba las cerdas de aquella criatura en forma de nube. El humo brotaba y formaba remolinos de vapor en la brecha rocosa. El hedor casi impedía a Atreyu respirar. Una vez, el dragón de la suerte logró incluso morder una de las largas patas de su adversario. Sin embargo, el miembro seccionado no cayó en las profundidades del abismo, sino que se movió un momento en el aire por sí solo y volvió luego a su lugar original, uniéndose otra vez al oscuro cuerpo de forma de nube. Y así ocurría siempre: cada vez que el dragón agarraba uno de los miembros entre sus dientes, parecía morder en el vacío.
Sólo entonces se dio cuenta Atreyu de algo que antes no había notado: aquella criatura horripilante no era un solo cuerpo sólido, sino que se componía de innumerables insectos de un azul acerado, que zumbaban como avispones furiosos y, en enjambre espeso, adoptando siempre nuevas formas. Era Ygrámul, y ahora sabía Atreyu por qué lo llamaban «el Múltiple»."
En algún recóndito lugar de Fantasía, al borde de un escarpado acantilado arenoso e inestable, caminaban a tropiezos ocho viajeros rumbo a algún lugar que pudiera brindarles comida, bebida y reposo. Nakamura contemplaba con asombro el insondable abismo que se abría paso bajo sus pies y los de sus compañeros de viaje. Casi imperceptible, pero imposible de escapar a los agudos sentidos de esta hábil ninja, una colosal sombra revoloteaba a lo lejos, donde el borde del acantilado se unía con el horizonte. Después de un corto tiempo, todos la vieron y avanzaron rápido pero con cautela.
Una gran telaraña de apariencia viscosa y grisácea colgaba del filo del acantilado hasta la ladera de una montaña piramidal ubicada a un par de kilómetros de allí. -¡No es una sombra!- Gritó Gruay Uzumaki. Todos lo comprobaron al mirar con renovada atención: millones de avispones color azul petróleo, del tamaño de una mano promedio, enseñaban su amenzante aguijón amarillento. Zumbaban de aquí para allá, trabajando unidos en dar vida a una figura gigantesca, que funcionaba como un cardumen.
En la telaraña se debatía furiosamente, con las últimas fuerzas, un dragón de color blanco, un blanco radiante manchado con el rojo oscuro de su sangre. La criatura era arremetida una y otra vez por los avispones, esta vez imitando la forma de una enorme araña, después un escorpión rápido y efectivo. El dragón lanzaba coletazos cada vez más débiles y con cada resistencia a su inevitable final, se enredaba más en la telaraña.
Fue Gruay, quien sintió una empatía inmediata con el probe dragón, el primero en tratar de defenderlo de los voráces e infatigables avispones.
-¡Bushin no jutsu!- Exclamó el Uzumaki con un tono de rabia e indignación en su voz.
-Distracción...- Dijo en voz baja Kenji e inmediatamente concentró su chakra en búsqueda de alguna fuente de agua que le permitiera realizar sus jutsu.
-Kenji, ¿Crees que podrías lanzarme hasta el dragón? Es un ser mágico, puedo sentirlo, y debo curarlo.- Preguntó Mitsuki mientras tanteaba en su bolso las pociones de curación que le quedaban. Kenji interrumpió su búsqueda y con tan sólo una mirada calculó fuerza y distancia.
-¡No falles!.- Dijo, y sin más, la lanzó por los aires describiendo una curva precisa que la llevó directamente al lomo del dragón.
Para ese entonces los clones de Gruay lograron, golpeando aquí y allá, captar la atención de los avispones azules, quienes en un abrir y cerrar de ojos rodearon a los viajeros.
Mmmmm... bípedos. La segunda presa favorita de Ygrámul. ¿Qué hacen humanos deambulando por estas tierras?
Una voz aguda y metálica atravesó el viento, rebotando en las paredes del acantilado. Parecía salir de cada uno de aquellos infernales insectos voladores al unísono.
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